IN UTERO

Tenía fuertes convicciones con respecto a mi espacio personal, me convertí en un individuo egoísta y me jure que mis libros serian mis compañeros, que mis CDs serian una flora que solo yo escogería. Me enseñaron a no permanecer, a no compartir mis secretos y a no desequilibrarme bajo sentimientos fugaces, mucho menos duraderos. Le rehuía al compromiso de consensuar el afecto o a consensuar mis espacios físicos. Sin embargo, me vi compartiendo mi espacio con otro individuo. Una lavandería, una sala (o lo que parece una) un estudio, paredes blancas, pocos espejos, sin pretensiones, casi nada de angustias, mucho silencio y soledad voluntaria, descubrí el equilibrio, en un espacio que no es el que uno sueña pero los sueños son una relatividad interesante, pero de acuerdo a los parámetros de lo que algunos consideran casa, no lo era, este solo es un hogar; un espacio en el que aun el disco de Nirvana suena de fondo, donde encontré a mis autores favoritos, donde la cocinar, muchas veces es un sacrilegio y en donde aunque con la puerta cerrada me sentí y me siento libre, en donde Julio Ramon Riveyro me cuenta historias y Paul Anka suena con bucles en la tornamesa, donde nada tiene el lugar que debería tener y en donde se van componiendo nuevas reglas, únicas e indiferentes para aquellos que caminan despreocupados puertas afuera. Se convirtió en un espacio en el que retorno, por primera vez con gusto, con mis idiosincrasias y las de este individuo que mas que aceptarme, nos aceptamos bajo acuerdos silenciosos todas las veces que decidimos permanecer en un espacio geográficamente insignificante, pues es un punto mas en el basto universo y quizas insignificante para los demas pero poco a poco y lleno de tesoros, lo hice mío e hicimos nuestro.

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